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jueves, 13 de diciembre de 2012



Puede que la abstracción del lenguaje sea la conceptualización de la nada. La nada como exceso, suceso y proceso. La nada como completitud del vacío… la nada como distancia entre palabra y palabra, como diferencia misma. Una nada tumultosa, sumamente poblada que me atrae al abstraerme y me obliga a cuestionarme sobre la construcción y deconstrucción de la nada misma. A hacer hermenéutica de mi narratividad en tanto mera distinción resultante sumamente docilizada, aplacada, normalizada. A invitar a mi animalidad, como concepto construido, a emerger como ruptura, aunque no lo sea… aunque ya nada lo sea.

martes, 11 de diciembre de 2012

   Un día te dije que te dejaba porque podía adivinar de qué color iban a estar tus ojos según el clima mientras yo podía estar toda una tarde triste al lado tuyo sin que te dieras cuenta.
   También te podía haber dicho que me enloquecía la brecha insalvable entre nuestras esencias siendo en el mundo...
   Pero la verdad era que hubiera preferido una vida de infelicidad al lado tuyo antes que la felicidad sin vos.

Fundamentos metafísicos para no enamorarse



     Conozco a alguien, me formo un discurso de él (o ella), lo distingo; lo abstraigo en una idea y me empapo de ella…
     Enamorarse es también una actividad estética.
     Cuando uno se enamora fervientemente de un objeto/sujeto de deseo, éste se convierte en algo esencialmente bello.
     Su substancia se vuelve entonces el denominador común de todo aquello asociado a lo bello en sí.
     Ese sujeto/objeto de deseo cobra relevancia y alcanza una dimensión previamente inimaginable. La totalidad está, desde ese momento, atravesada por un único significante.
     No sólo la totalidad esencial, metafísica, sino también relacional: soy para el otro, ya sea en ausencia o en presencia y soy en función de él.
     Hay un antes y un después que transmuta la visión, la ideología, la mera cotidianeidad… las formas de hablar, las palabras que elijo, la vestimenta.
     Por lo tanto mi esencialidad, mi líbido, mi energía se trasladan y proyectan en otro, que es objeto y es sujeto; es fetiche y alter-ego.
     Mi fetiche preferido será desde luego la medida de todas las cosas.
     Es mi alter-ego, desde donde me miro, cual espejismo.
     Es mi reflejo refractario donde me exteriorizo y externalizo, donde me alejo de aquello propiamente mío.
     Si al enamorarnos nos pensamos a nosotros mismos a través de otro, nos corremos de nuestro eje y comenzamos a pensar en la particular belleza de cada cosa en relación a nuestro hermoso fetiche; habrá, por las mismas razones, fundamentos metafísicos para no enamorarse.
     Si al ver la hoja del árbol le añado un significado exterior a ella misma, que la excede y la suplanta, me sumerjo a una distorsión reduccionista que me limita, que me acota. Acoto a su vez mi mundo sensorial, mi mundo imaginario, la trascendencia y totalidad que cualquier objeto transmite.
     Me encierro en la dependencia de la presencia y disposición de un sujeto (y no objeto) de deseo.
     Distingo y diferencio todo el resto del mundo del significado por una única lectura.
     Estos primeros fundamentos son ya suficientes para pensar la imposibilidad de la fusión sustancial y de un encuentro tal que disuelva la corporeidad, la fractura, la soledad.
     Sólo el amor que comprenda la unión de las soledades, la potencialidad latente y la trascendencia será exento de ser criminalizado, repudiado y será inimputable.